Haz escuchado hablar del cenote sagrado de chichen Itzá, pero ¿sabías que su nombre real es Chen Ku?. En este mítico cenote se realizaban ofrendas humanas, con la finalidad de pedir a los dioses buenas cosechas, lluvia, abundancia y para poder hablar con las deidades mayas.

El cenote sagrado tiene un diámetro de 60 m con paredes verticales que miden 15 m del nivel del acceso a la superficie de agua. Se encuentra al norte de la pirámide de Kukulcán y conectado con ella mediante una calzada de unos 300 m de longitud

En año 1905 Edward Thompson, estaba buscando sitios arqueológicos de la época como la Atlántida y compró una hacienda que tenía de traspatios terrenos del cenote sagrado.

Su primer acercamiento formal ocurrió al publicar el artículo “Atlántida: no es un mito” en la revista Popular Science Monthly en 1879. La hipótesis de su texto era que las estructuras mayas eran prueba irrefutable de Atlantis, el famoso continente perdido. Esa aseveración bastó para que Stephen Salisbury III, un beneficiario de la American Antiquarian Society, convenciera a Thompson de mudarse a Yucatán a investigar, en nombre de la Sociedad, los vestigios mayas

Cuando realizaron la exploración quedaron sorprendido de la cantidad de huesos humanos que lograron sacar del cenote sagrado, así como vestimentas mayas, prendas de oro y gran cantidad de objetos mayas. En la era precolombina los mayas realizaban el sacrificio humano para complacer al dios chaak  (dios de la lluvia), los sacrificados por lo general eran doncellas vírgenes, pero de igual solían arrojar a niños huérfanos , prisioneros de guerra y enfermos.

Se dicen que los sacrificados estaban bajo efectos de pellote o incluso del cacao que en su época era un estupefaciente usado para generar un comportamiento más dócil durante el sacrificio.

Los objetos arqueológicos recuperados en las aguas del Cenote Sagrado revelan que se trataba de piezas elaboradas por la cultura Maya

En vista de que hacia el siglo VIII aún no se fabricaban objetos de oro en Mesoamérica, es posible suponer que para ese entonces los objetos de este metal provenían de la parte baja de Centroamérica, y de más al sur. Probablemente en el siglo IX algunos de los primeros cascabeles de oro fundido llegaron a Chichén Itzá por el puerto de la Isla Cerritos, 60 km al norte de la ciudad. Los cascabeles de oro y miles de cascabeles de cobre arrojados en el cenote fueron parte de atuendos de soldados, que los usaban en los tobillos. De hecho, una primera fase identificable de ofrendas en el cenote refleja un culto guerrero. En este tiempo se ofrendaron también algunas lanzas de madera con una punta de pedernal o de calcedonia, que semejan una especie de bastón de defensa, como los que portan los guerreros que se ven en las relieves de Chichén Itzá.

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